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Sanzoles se enmascara para sentir, en La Opinión de Zamora, 26-12-2025

Sanzoles se enmascara para sentir

El Zangarrón, una Función coral contra la polarización que hace pueblo

El Zangarrón ya recorre las calles de Sanzoles envuelto en frío y tradición

El Zangarrón ya recorre las calles de Sanzoles envuelto en frío y tradición

José Luis Fernández

Celedonio Pérez

Celedonio Pérez

26 DIC 2025 16:11

Actualizada 26 DIC 2025 19:17

No, esta crónica no es objetiva, póngala en entredicho. Está escrita dos días antes de que sucedan los hechos que aquí se cuentan (o se inventan). El que avisa no es traidor. Da igual. En el Zangarrón de Sanzoles lo que trasciende son las emociones y de esas el que esto firma, este año, cuando el mascarado es (no atiendan al tiempo de los verbos que es un lío) su sobrino, es Héctor, va sobrado de sentimientos. Antes de que José Javier y Antonio Domingo, de madrugada, frente al fuego jeribequeado y ondulado de leña de encina, en la cocina de Anuncia y Manuel (también un poco de Palmira), le pusieran la careta, yo ya había entendido más que nunca que la mascarada de Sanzoles es familia, es clan, es pueblo, es orgullo, identidad y origen. En esta celebración no hay medida, todo es desproporcionado y casi todo vale, menos usar la lógica para juzgar (que se alejen de la fiesta los cuadriculados, qué sobran).

Héctor reivindicó a base de bemoles y vergajazos la figura de su abuelo, de Manuel “El Terrible”, mucho mejor Zangarrón de lo que él mismo contaba, emocionó a sus padres, Jesús y Nuria, a su hermana Paula, a Rodrigo, a Alba, a Marina, a Manolo, a Pepi, a Ángel, a Manuel (a los dos Manuel, al pequeñajo ya se lo contarán), a Víctor, a la otra Alba…, e hizo llorar de emoción no sé cuántas veces a su tía Valentina, un río de expresividad.

GALERÍA | El Zangarrón de Sanzoles 2025

GALERÍA | El Zangarrón de Sanzoles 2025

GALERÍA | El Zangarrón de Sanzoles 2025 / José Luis Fernández

El que esto escribe ya llegó al día de San Esteban dopado de emotividad que había ido soltando por las calles en los trotes por el pueblo de hace una semana, también en Nochebuena: correr y tocar los cencerros junto a tu hijo, tu sobrino y quienes podían ser tus nietos inunda por dentro, hasta taponar las tuberías del sentir. El sonido acerado de los badajos al golpear sobre el bronce limpia los oídos y afila el pensamiento, que yo así, lo juro, lo he sentido.

Más vivas que nunca

Para eso sirve la mascarada de Tierra del Vino, para escenificar un tiempo pasado con actores del presente que reivindican el futuro con una Función exclusiva, única. Que esta y otras fiestas hiemales son un ejemplo para la provincia. Están más vivas que nunca porque han sabido enganchar a los que viven fuera y canalizar su identidad. Ninguno de los cuatro quintos —los dos Héctor, María y Luna— viven todo el año en Sanzoles, solo unos pocos de los once danzantes, pero todos se sienten sanzolanos. Tanis, sí, el tamborilero —¡que nos dure muchos años!— está pegado al pueblo como el ciprés que mira a la Cuesta El Viso a la calle de San Sebastián.

Héctor Puga Diego (Irene Lobo, la abuela, ¡qué orgullo, verdad!) salió a recorrer las calles convencido de que la figura del Zangarrón trasciende el puro sentido festivo de una celebración ancestral, que es vestigio arqueológico vivo, fusor de culturas, manifestación revolucionaria que trastorna hasta las leyes vigentes (durante unas horas el mascarado es la autoridad máxima del pueblo con prerrogativa para castigar a los malos sin juicio previo, quitar el dinero de las manos a quien se lo enseñe, saltar y brincar sin medida, hacer casi lo que le dé la gana…).

En la historia del pueblo

Héctor Puga Diego se vistió de chamán, cubrió su cabeza y vio más que nunca, aunque solo lo hiciera por dos agujeros abiertos en la careta de cuero de vaca. Entendió el significado de la Función, lo que hay detrás de su parafernalia carnavalesca. Y lo que hay es convivencia, sentido de pueblo. El Zangarrón hace grupo, une al clan, a la tribu, pero también a quien por unas horas se deja caer por Sanzoles. ¿Qué se ve en la calle? A un grupo de jóvenes que hacen cosas de viejos y con su forma de hacer y de tocar concitan los buenos espíritus y los valores de siempre, ¿qué raro, verdad?

El Zangarrón es frío hiemal, envenenado; es el olor a leña de encina que inunda las calles del pueblo empujando la helada hasta el cielo; es el ruido metálico, laíno, grave y broncíneo que espanta la tranquilidad machacona de la madrugada de hielo; es el grupo de danzantes: Elías, Álvaro (dos), Iker, Javier, Néstor, Hugo (dos), Héctor, Diego y Adrián que llevan semanas ensayando bailes y toques de castañuelas para que todo salga redondo, son los padres de los quintos: Jesús (tres), Fernando, Nuria, Ana, Gloria y Mari Transi, son los meticones y “tocacojones”: Luis, Jaime, Samuel, Cristián… Y es orgullo, de padre, de madre, de abuela, de tías, de tíos, de primos, de amigos, de pueblo…

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¡Héctor, enhorabuena, ya estás en la historia de Sanzoles, díselo a Laura! ¡Quién te lo iba a decir a ti, tan trasto de pequeño, nunca se te va a olvidar lo que has vivido estos días! Esa es la magia del Zangarrón, la eternidad.

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